"Si más no hemos hecho en el sostén sagrado de nuestra Independencia, de nuestra integridad y de nuestro honor, es porque más no hemos podido" - JUAN MANUEL DE ROSAS

domingo, 12 de abril de 2009

Los Caudillos (1ra entrega)

Don Ciriaco Cuitiño, un "Federal de Ley"


Era mendocino de origen, este Ciriaco Cuitiño, cuya actuación pública se remonta al año 1818, cuando siendo teniente de milicias bonaerenses, fue nombrado alcalde de Quilmes. Se distinguió en el desempeño de dicho cargo como elemento moralizador de la campaña, ya que se preocupó de limpiarla de maleantes, hasta el punto de hacerse merecedor del elogio gubernamental. Su actuación en Quilmes se prolongó hasta 1827, año en el que renunció al cargo para continuar sirviendo en el ejército. En 1826, fue protagonista de una hazaña que dio mucho que hablar, cuando desde la costa atacó a una embarcación brasilera que se había acercado sospechosamente. Se radicó en Buenos Aires durante el gobierno de Manuel Dorrego, viviendo en una casa de la calle Defensa. A lo largo del período rosista fue uno de los jefes del cuerpo policial de serenos y entusiasta miembro de la Sociedad Popular Restauradora, surgida de la Revolución de los Restauradores en 1833, y en la que Cuitiño tuvo amplia participación. Acompañó al coronel Mariano Maza, en 1840 y 1841, y como ejecutor de la campaña en el norte y oeste. El 18 de diciembre de 1840 suscribió con otras figuras de la Sociedad Popular Restauradora, una circular dirigida a los “buenos federales”, para integrar una guardia de honor de infantería y una escolta de honor de caballería dedicada al Restaurador, para el 1° de enero de 1841, día de apertura de la Octava Legislatura de Buenos Aires. En la segunda mitad de 1853, después del levantamiento del sitio de Buenos Aires por el coronel Hilario Lagos, jefe del movimiento federal de diciembre del año anterior (que contó con el apoyo de viejos rosistas como Francisco Clavero, Jerónimo Costa y otros), los Restauradores y Mazorqueros fueron procesados por el gobierno porteño separado de la Confederación, bajo la acusación de numerosos crímenes. Manuel Troncoso y Silverio Badía fueron fusilados y expuestos en la horca el 17 de octubre de 1853; Floro Vázquez fue ajusticiado el 24 de noviembre. A pesar de que tenían un indulto y de haber sido advertidos el coronel Cuitiño y Don Leandro Antonio Alén (padre del caudillo radical), de no entrar en la ciudad de Buenos Aires, fueron tomados prisioneros por los liberales y llevados a la prisión del Cabildo, mientras se los sometía a proceso. Actuó como defensor de ellos el Dr. Marcelino Ugarte, pero pese a la fundamentada defensa de este letrado, el juez Claudio Martínez, los sentenció a muerte el 9 de diciembre de 1853. Ugarte apeló a la Cámara de Justicia (integrada por muchos ex-exiliados unitarios), mas ésta confirmó la sentencia sin oír el alegato, violándose el principio jurídico del Debido Proceso. El gobierno quería que se los condenase a estos Federales de Ley, y Cuitiño y Alén fueron condenados. Manuel Gálvez relata la ejecución de estos patriotas, el 29 de diciembre de 1853: “Un pueblo numeroso abarrota la Plaza de la Concepción. Desde el alba, han ido reuniéndose allí gentes de toda clase, señores, negros, gauchos, compadritos. Son seis mil, según un periódico del siguiente día: gran multitud para aquella Buenos Aires de ochenta mil habitantes. A las nueve, dos hombres van a ser fusilados. Los concurrentes comentan en voz baja las noticias de la mañana anterior, referidas por los diarios; o las recuerdan para sí. Cuando sacaron de la cárcel a los reos, a fin de conducirlos al lugar donde serían puestos en capilla, uno de ellos salió resueltamente del calabozo, se despidió de los demás presos y, en voz alta, afirmó haber servido a un gobierno legítimo y no haber proseguido nunca sino por orden de Don Juan Manuel de Rosas. Al otro, el terror y la insensibilidad del lado derecho de su cuerpo le impedían salir del calabozo. Dos soldados le ayudaron, y lloroso, temblando -¡temblábale hasta la larga barba blanca!- fue incorporado a la comitiva. Como se derrumbara, su compañero le animó: No tenga miedo, párese; alce la cabeza, que una vez nomás se muere. El pobre hombre, casi desmayado, alargó una mano, despidiéndose. Los condujeron en una carreta de bueyes, engrillados, acompañados por un franciscano y custodiados por un piquete. Una multitud los siguió. Durante el trayecto, el condenado de la barba blanca permaneció semi-desmayado. El otro, arrogante, saludaba a los que esperaban su paso para darle el último adiós y contestaba con palabras y gestos de desprecio a los que le arrojaban insultos. Y en alguna ocasión había gritado: ¡Mueran los Salvajes Unitarios! ¡Viva Don Juan Manuel de Rosas! Suben al patíbulo. Al de la barba blanca le envuelven la cabeza con el poncho y lo sientan en el banquillo. El otro no quiere ser vendado. Protesta de su inocencia, ante la mudez del concurso. Habla y gesticula con exaltación y se revela contras los consejos del fraile. Y mientras su compañero se desmaya, él yergue el busto con la mirada en el pelotón de soldados, se abre como puede la camisa y, mostrando el pecho, lo señala para que tiren. El silencio de la multitud se hace más unido y más hierático.” Han muerto estos Federales de Ley. Sus cadáveres van a ser colgados por cuatro horas, de acuerdo con la sentencia judicial. La multitud, compuesta en su mayoría por antiguos rosistas, se apretuja por mirarlos de cerca. El ajusticiado que murió valerosamente era el coronel Don Ciriaco Cuitiño. El ajusticiado de los ojos azules y de la barba blanca era Don Leandro Alén. Este último era el abuelo materno del caudillo Hipólito Yrigoyen.
“Si la historia la escriben los que ganan, eso quiere decir que hay otra historia”, o por lo menos eso reza la canción. Don Ciriaco Cuitiño, su obra y su lealtad a una causa, nos enseñan sobre todo que siempre hay hombres hechos y derechos que, si bien les convendría por momentos permanecer inertes frente a la realidad, deciden jugarse el todo por el todo en pos de un ideal. Los ideales, los sentimientos más nobles que conoce el género humano, mantienen vivos a los pueblos. Y solo con hombres de Ley, como éstos a los que aquí honramos, se hace la Historia…

Juan Martín Grillo.-

- CHAVEZ, Fermín: “Diccionario Histórico Argentino”, Buenos Aires, Editorial Fabro, 2005.-
- GÁLVEZ, Manuel: “Vida de Hipólito Yrigoyen”, Buenos Aires, Editorial Club de Lectores, 1983.-

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