"Si más no hemos hecho en el sostén sagrado de nuestra Independencia, de nuestra integridad y de nuestro honor, es porque más no hemos podido" - JUAN MANUEL DE ROSAS

lunes, 2 de marzo de 2009

Traición al estilo Justo José

En su libro "Rosas: el maldito de nuestra Historia Oficial", el Dr. Pacho O'Donell nos transmite innumerables anécdotas sobre la vida, tanto pública como privada, del Restaurador y del espacio-tiempo histórico que ocupó.
Una de ellas, la transmitida en el capítulo 102 de la antedicha obra, es quizá una de las más curiosas. Muestra una de las coincidencias más tristes entre la historia Argentina y la Europea... la traición. Mientras que a la Rusia de Catalina la Grande fué víctima del "Miligaro de la Casa de Brandemburgo", a la Argentina de Rosas le tocó sufrir "El Milagro de la Casa de Braganza"...
Pero ya estoy hablando demasiado... veamos como nos lo cuenta Pacho a continuación...

Capítulo 102

El milagro de la casa de Brandemburgo




Valentín Alsina, al que la Capital Federal honra con dos avenidas y un monumento, ha preparado un plan de guerra “contra Rosas” que manda el 18 de noviembre de 1850 al representante uruguayo en Brasil, Andrés Lamas, para someterlo al gobierno brasileño:
“Rosas es vulnerable por el Brasil en muchos puntos y formas, si quiere éste aprovechar su gran preponderancia marítima. Uno de los modos es causar al enemigo la vergüenza y el daño de ocupar uno de sus territorios, Bahía Blanca, ocupación fácil habiendo secreto, celeridad y un buen práctico o piloto lo que abriría la posibilidad a emigrantes de ir a operar por el sud”.
A pesar de la ayuda de argentinos tan confundidos, la situación del Brasil es muy comprometida. Sin Francia era imposible su triunfo y dicha alianza había fracasado. Hasta en Europa se percibe esa debilidad: el rey Francisco José de Austria manda decir a su primo Pedro II de Brasil, a través de su canciller el príncipe de Schwarzenberg, que debe hacer lo imposible para evitar la guerra. Ha hecho un estudio de las condiciones militares de Brasil y la Confederación, y según la “opinión de oficiales de la marina francesa informados “in locum” la balanza se inclinaría a favor de Rosas”.
Para colmo de males una epidemia de fiebre amarilla se desencadena causando gran mortandad y hasta el emperador debe refugiarse en Petrópolis. Lamas se desespera por las malas noticias y escribe a su cancillería solicitando su retiro , porque “de Brasil no hay que esperar nada” (3 de febrero de 1851).
Pero, como acertadamente lo señala José M. Rosa, se producirá lo inesperado. Cuenta la historia de Prusia que Federico II estaba vencido al final de la guerra de los Siete Años, su ejército extenuado, la proporción con el enemigo muy desfavorable y la posición estratégica comprometida.
Inglaterra, su aliada, le aconsejaba capitular y sus generales no veían la posibilidad de segur adelante.
- ¿No habría un medio de vencer?- preguntó Federico II.- Solamente un milagro, majestad – fue la respuesta de sus colaboradores.- Bien, esperemos el milagro de la casa de Brandeburgo.
Esa misma noche llegó a su campamento de Bukelwitz un emisario del zarevitch de Rusia con el asombroso regalo del plan de batalla del ejército ruso. Torpe de inteligencia y admirador fanático de Federico II le hacía llegar los documentos secretos de su estado mayor.
El monarca prusiano, exultante, llamó a sus generales:
-¡He aquí el milagro de la casa de Brandemburgo! –proclamó blandiendo los planos en su mano.
Ganó la batalla perdida y los rusos, desalentados por la traición de su jefe, dieron la guerra por perdida.
A Pedro II de Brasil lo favorecería un milagro semejante. Cuando todo estaba perdido, cuando su imperio se resquebrajaba y un porvenir de repúblicas federales, igualdad humana y democracia iba a extenderse por América del Sud, llegaría el 21 de febrero de 1851, en el buque brasileño “Paquete do Sul” procedente de Montevideo, una carta confidencial del ministro Pontes informando que “a altas horas de la noche” había recibido la visita de un agente del jefe del “Ejército de Operaciones” argentino, general Urquiza, con proposiciones de pasarse a la causa del Brasil.
Aunque el hecho asombró al brasileño,“¡O general dos exércitos da Confederação Argentina!” se admirará en su carta, lo informó a su monarca preguntándose: “¿Pero obrará de buena fe?”.
Pedro II podría entonces responder al austríaco Schwarzenberg que con el inaudito pase del jefe del ejército enemigo la guerra estaba ganada: “El fuego ha tomado a la casa de nuestro vecino, cuando soñaba prenderlo a la nuestra. Se encontrará embarazado como no lo esperábamos” (Soares de Souza).
El zarevitch que entregó los planos para derrotar su propia patria fue despojado del trono por el ejército y estrangulado en la fortaleza de Rocha a pesar de su retraso mental. Su memoria quedó proscripta de la historia de Rusia.
El general argentino sería más afortunado porque todo se le perdonaría a quien derrocase al Restaurador, y la historia oficial se empeñaría en la versión del “apoyo” de algún regimiento brasilero y ocultará que la deserción de Urquiza y del más poderoso ejército argentino a su mando se producirá a favor de un país que ya estaba en guerra, con las relaciones rotas, con su propia patria. ¿Todo se justificaba con tal de defenestrar a don Juan Manuel? ¿También la cesión de nuestras ricas Misiones Orientales, el precio de la participación brasilera?
Los historiadores revisionistas, simpatizantes de Rosas, rebatirán los argumentos de sus colegas liberales que sostendrán el argumento del deseo de Urquiza de quitar del medio a quien se oponía a dar la anhelada constitución a la Argentina. En cambio argumentarán que se trató de una traición provocada por razones crematísticas: durante el bloqueo francés la plaza de Montevideo era aprovisionada clandestinamente por los saladeros entrerrianos de Urquiza. Pese a la prohibición de comerciar con Montevideo, el gobernador Crespo, títere del jefe del “Ejército de Vanguardia” permitía que los buques de cabotaje trajesen productos europeos y llevasen en retorno carne argentina. No tenían escrúpulos, él y don Justo José en usufructuar “los canales de plata” que se les ofrecían para enriquecerse haciendo la vista gorda a las exigencias legales porque, como confesase Crespo en su intercambio epistolar con Urquiza, era preferible “ser medio vivo a medio zonzo”.
En junio de 1848,levantado el bloqueo francés al litoral argentino, se renueva el rosista a Montevideo, manteniéndose la prohibición de introducir mercaderías en buques que hubiesen tocado la Banda Oriental. El tráfico de Urquiza continuó, ahora burlando las leyes de aduana porteñas, porque las mercaderías europeas que compraba en Montevideo y traía a Buenos Aires no pagaban derechos en ésta por ser transportadas en buques nacionales.
Nadie podía embarcar ni faenar sin autorización del gobernador. El negocio de exportar carne a Montevideo era exclusivo de los saladeros o las estancias de Urquiza, quien acabó por hacerse dueño de casi todo el comercio que pasaba por la provincia y el beneficio de ese tráfico irregular era tan elevado que alcanzaba para beneficiar las finanzas entrerrianas, incidía en el bienestar económico de los habitantes y acrecentaba la ya inmensa fortuna particular del gobernador, primer productor, comerciante y transportista de la provincia. Todo ello en perjuicio de la economía y de la estrategia de la Confederación Argentina.Si Rosas no podía impedir que Entre Ríos comerciase con Montevideo, podía en cambio defenderse prohibiendo que los productos introducidos por Entre Ríos llegasen a Buenos Aires. Lo hizo por dos medios: no permitió en los puertos porteños el embarque o desembarque de mercaderías ultramarinas en buques de cabotaje, e impidió la exportación de oro al interior.
Esto provocó la irritación de Urquiza, que fue tan pública que despertó en los unitarios y en Brasil la esperanza de contarlo como aliado. Ni lerdos ni perezosos le hicieron llegar un mensaje a través del representante comercial del entrerriano en la Banda Oriental, el catalán Cuyás: “En caso de una guerra ¿podría contar Brasil con la abstención del ejército de Operaciones?”.
El 20 de abril de 1850 su futuro aliado redacta la respuesta imbuida del esperable tono patriótico en quien es el jefe del principal ejército argentino:
“¿Cómo cree, pues, Brasil, cómo ha imaginado por un momento que permanecería frío e impasible de esa contienda en que se juega nada menos que la suerte de nuestra nacionalidad o de sus más sagradas prerrogativas sin traicionar a mi patria, sin romper los indisolubles vínculos que a ella me unen, y sin borrar con esa ignominiosa marcha todos mis antecedentes? (...) Debe el Brasil estar cierto que el general Urquiza con 14 o 16.000 entrerrianos y correntinos que tiene a sus órdenes sabrá, en el caso que ha indicado, lidiar en los campos de batalla por los derechos de la patria y sacrificar, si necesario fuera, su persona, sus intereses, fama y cuanto posee”.
Como si no fuera suficiente hará publicar su respuesta el 6 de junio en “El Federal Entrerriano” agregando un elocuente editorial:“Sepa el mundo todo que cuando un poder extraño nos provoque, ésa será la circunstancia indefectible en que se verá al inmortal general Urquiza al lado de su honorable compañero el gran Rosas, ser el primero que con su noble espada vengue a la América”.


Extraído de: Pacho O'Donell, "Rosas: El mandito de nuestra Historia Oficial", EDITORIAL PLANETA, 6ta Edición, año 2002, pág. 246/249


No hay comentarios: